al mismo lugar de donde densa naces
a esa agua tranquila y clandestina
que brota desde los modos del ensueño.
Ocúltame en tus tenues manos blancas
mientras las perturbaciones cabalgan por el mundo
y tu ombligo me es por rosaleda.
Para la primavera en la que naces y mueres
monta y aulla en las tórtolas de carne,
disípate lejos de los desencuentros,
guardate de los lutos que buscan agonía.
Sumérgete en el arroyo que te hace deferencias
siendo por sobre todo esa princesa alada
que toma mi pulso apenas se abren las auroras
haciéndome venir de parajes disueltos
para encontrar el modo en el cual constituirte.
En el chubasco de pétalos que me es por moradadesnuda las imágenes que quieres que pregone
y la aliteración fruncida que a veces se produce
en ese estuario blanco que se llama página,
al que va conculcando tu melena en rebordes.
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