Todo fluyendo desde un Yo cristalino.
Las apariencias: engañándose en su agonía instantáneas
sobre vastas yuxtaposiciones, soplan luz y sombra.
Las líneas se encaraman encima de la montaña y la dibujan.
El corazón de los truenos golpea en su mismo universo.
Virutas verdes, racimos petrificados, remolino de pámpanos.
Bosques de estupores donde se detiene a preguntarse el viento.
Emparrados de tristeza, vacíos de rumores, frágiles consolidaciones.
Canta el nopál, canta el alce y el humo se pone taciturno.
El mundo se ha ido a la misma dispersión de las horas
Catedrales tornasoladas al pie de los mismos naranjos.
Todo está vacío, como los cuerpos despojados de su alma.
El norte se extravía al sur, se pierden el este y el oeste.
La añoranza del silencio supera a la añoranza de existir.
Los géiseres se vacían y se vuelcan los cántaros.
La lluvia ha durado los treinta y cuatro segundos preconcebidosy, sobre la tierra calcinadas, las hierbas beben en exceso.
He aquí la precipitación de las cosas a ser borradas por el agua.
esa misma que diluye los estigmas y los tumores del imberbe.
Todos los apocalípsis se dan cita en un único acabose
y las pirámides de nieblan muestran a un mundo incoloro
arrebatado por miradas que siempre van de tránsito levantadas en su misma No presencia, como amuletos embriagados
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