su mano extensa mareaba las dunas.
Vino el espejismo a mirarme a los ojos
y el Simún a palpar las gibas del camello.
En el valle mismo del faraón fraticida
un ojo me miraba con ira draconiana:
me aparté, muy lejos de su seco vértice
buscando el cobijo de la parca pirámide.
Las piedras me husmearon como perros de siglos:
tomaron la forma de sombras ponzoñosas:
Sitio de alucinaciones olvidadas del fango,
Siembras abiertas de un dudoso rencor.
Egipto me acechaba con su enjambre de enigmas
en un paraje donde una vez hubo hojas incipientes.
Eran las mareas de los siglos clamando por las aguas.
El batallar inmenso de cosas derruidas:
Allí donde la sequía pactaba con la alturael mismo sol errático liquidaba al esclavo.
No supe cómo llamar a aquel momento obscuro
pues el desierto siempre va borrando los nombres.
La efigie se lamía las patas de león
custodiando los huesos bajo ella, molidos.